Desde el coche con los melones amarillos más bellas visto uno en su vida en la avenida anuncia la entrada, la cadena de colores, olores y establecer un mundo propio llanto y segregados como atmósfera entoldadamente sí mismo no necesita paredes o el techo para marcar sus límites. Estamos en el Ballarò, en Palermo, donde los mercados aún están organizadas en la calle con una feliz ignorancia de cualquier reglamento.