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Manuel José García Caparrós. L. O.
Este 4 de diciembre de 2022 se cumplen 45 años del asesinato del malagueño Manuel José García Caparrós. Para toda una generación se convirtió, aunque de forma involuntaria, en todo un símbolo de la lucha por la libertad y la democracia. Pero más allá de los grandes ideales, hay una tragedia familiar que no ha terminado de ser resuelta. Poco a poco se va restituyendo la memoria de este malagueño y se van conociendo más datos, aunque caso 50 años después siguen sin despejarse algunas incógnitas sobre su muerte.
Ese 4 de diciembre de 1977 quedó marcado en la memoria de muchos malagueños. Algunos como participantes en la gran manifestación que se organizó para pedir la autonomía completa de Andalucía. Otros porque la muerte del joven les terminó por animar de abandonar sus reticencias o postura tibia ante los cambios que se estaban produciendo. Algunos eran simples niños impactados por los hechos que ocurrieron esos días y todavía conservan fogonazos en su memoria.
Con su muerte se abrió la puerta de la democracia en Málaga, Andalucía y España, pero no será hasta que se resuelva todo lo que ocurrió ese día cuando la democracia se consolide libre de esa carga que oscurece sus inicios.
Aunque se ha hablado mucho de García Caparrós, para muchos es un nombre que escuchan, pero desconocen su historia.
Ofrenda floral a García Caparrós con motivo del 4 de diciembre Gregorio Marrero
Manuel José García Caparrós era hijo de un pescador y una ama de casa que trabajaba de vez en cuando limpiando casas. Trabajaba como operario de Cervezas Victoria y estaba afiliado a CCOO. Sus hermanas Lola y Paqui lo describen como un chico normal, muy campechano y muy trabajador. Era un gran seguidor del extinto Club Deportivo Málaga, le gustaban el flamenco y el nuevo pop andaluz de Triana y de Medina Azahara.
Málaga se levantó el 4 de diciembre de 1977 galvanizada por la gran manifestación convocada ese día. El objetivo era reivindicar la entrada de Andalucía en la autonomía por la vía rápida, reservada inicialmente para las nacionalidades históricas de Cataluña, Navarra, País Vasco y Galicia. Los andaluces querían hacer valer su peso histórico, demográfico e importancia en la nueva España democrática que se estaba gestando. Cientos de miles de andaluces salieron a la calle en todas las capitales provinciales. Llovía levemente en Málaga, pero eso no redujo la afluencia a una manifestación que rondó, según las fuentes a las que se acudan, entre 200.000 y un millón de personas. Aunque fuera la cifra más baja de las manejadas, supera con mucho a cualquier manifestación registrada en la ciudad.
No se sabe con exactitud si hay un hecho que provocara los disturbios, pero sí está claro que la Policía Armada tenía orden de parar una marcha pacífica y sin incidentes hasta que llegó a la puerta de la antigua sede de la Diputación Provincial de Málaga, en la plaza de la Marina. Allí, el joven José Manuel Trinidad Berlanga trepó por la fachada y colocó la bandera andaluza. En ese momento, un teniente de la Policía Armada dio la orden de carga argumentando que la masa de gente iba a asaltar la Diputación porque el presidente de la institución en ese momento, Francisco Cabezas, no quiso poner la bandera andaluza en el balcón. La presencia de alborotadores profesionales en la cabecera precipitó la actuación y la violenta represión policial llevaron el caos a la manifestación. Carreras, botes de humo, disturbios, detenciones y muchos nervios entre el dispositivo desplegado de la Policía Armada, que se vio incapaz ante la gran masa de personas. Un agente presente en la cabecera de la manifestación, en la plaza de la Marina, apunta a dos elementos que coincidieron en ese punto y que provocaron el inicio de los disturbios: la presencia de un alborotador muy conocido y vinculado con la extrema izquierda y de un teniente de la Policía Armada muy relacionado con la extrema derecha. Las acciones de uno y de otro incendiaron la manifestación. En ese punto se desmadró todo. Los disparos ocurrieron a la altura de la Alameda de Colón, cuando un grupo de policías armados recibió una lluvia de piedras.
A partir de este momento entramos en un punto de la historia llena de lagunas. La investigación que se llevó a cabo no se hizo con el interés debido por las autoridades, más interesadas en congelar el asunto ante la inestabilidad política de la época. Además, una parte de la documentación de la época está clasificada. Se sabe que hubo varios disparos al aire y dos que fueron a los participantes de la manifestación, dejando herido a Miguel Jiménez Ruiz y a Manuel José García Caparrós. Este último de gravedad, acabo en el suelo en la entrada de la Alameda de Colón. Allí fue encontrado por Carlos Carmona, que lo metió en un coche para llevarlo al Hospital Civil. Murió en el camino. Testigos de la época hablan de un policía armado que, presa de los nervios, disparó al frente, a los manifestantes, en lugar de cómo hicieron sus compañeros de disparar al aire para intentar dispersar a la multitud y el lanzamiento de piedras.
Todo apunta a que fue pura mala suerte. Los disparos se produjeron a un kilómetros del inicio de los disturbios. Los nervios del agente que disparó provocó los dos heridos, uno de ellos era Manuel José García Caparrós, que recibió la peor parte. Los disparos parece que fueron a bulto y presa del pánico. Las víctimas, especialmente Caparrós, tuvieron la mala suerte de estar en la trayectoria de las balas.
Un momento del entierro de Manuel José García Caparrós.
Se habla de una posible manipulación de las pruebas, como la limpieza de las balas con acetona. Fuentes policiales justifican que eso es una práctica habitual antes de las pruebas balísticas, para descubrir las marcas que deja el cañón al ser disparado y que son claves para determinar el origen de los disparos. Por otro lado, se sospecha de la desaparición de las ropas que llevaba García Caparrós con pruebas que hubieran ayudado a determinar la procedencia y distancia del disparo, testimonios que no han salido a la luz, silencio sepulcral entre los mandos de la Policía Armada y las propias autoridades, interesadas en dejar pasar el suceso para evitar encender una mecha en la inestable situación, aunque se espera el fin de la declaración de secreto oficial sobre la mayoría de la documentación por 50 años (terminará en 2027). También hay un elemento de procedimiento defectuoso que alteró la investigación inicial, ya que sobre las ropas entonces no existía protocolo alguno en el servicio de urgencia del conocido por entonces Hospital Carlos de Haya y actual Hospital Regional de Málaga. De hecho, ni siquiera existía un protocolo sobre la atención a las víctimas que estaban implicadas en una investigación policial y los médicos sacaron la bala donde la tenía alojada Caparrós.
Las investigaciones que se han realizado apuntan como presunto autor del disparo al cabo de la Policía Armada, Miguel Pastor, ya fallecido y que estuvo durante muchos años en servicio en la provincia. Los nervios le pudieron cuando el grupo en el que estaba recibió una lluvia de piedras. Mientras sus compañeros hicieron disparos de avisos al aire, práctica que tampoco estaba aconsejada para ese momento, Miguel Pastor disparó al frente, con un herido y un fallecido. Tal era el pánico que sufrió este cabo, que terminó refugiado bajo un coche.
La muerte del joven fue un duro golpe para la familia. Su madre murió dos años después y su padre, seis años más tarde desde ese fatídico 4 de diciembre de 1977. Sus tres hermanas han vivido desde entonces con una losa familiar muy pesada, que se ha ido despejando en los últimos años con el reconocimiento de las administraciones del sacrificio de este joven malagueño, así con las investigaciones que han ido arrojando luz a los detalles de su muerte.
Su muerte impactó mucho a la sociedad malagueña en ese momento. Durante los días siguientes se sucedieron los disturbios, ataques al cuartel de la Policía Armada, incendios y enfrentamientos en la calle. Era habitual ver los furgones en la plaza de la Constitución o escuchar las carreras por las solitarias calles del Centro en esos días. También llegaron testimonios de torturas en los calabozos de la Policía Armada. Tras estos días, poco a poco se fueron calmando las cosas en la calle, pero el impacto de su muerte fue duradero e impulsó el autonomismo en Andalucía.
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