Málaga no es Marinaleda – La Opinión de Málaga

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Gonzalo León
Málaga no es marinaleda
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Es comprensible que existan movimientos ciudadanos que pretendan o deseen dar un giro a ciertas corrientes locales en lo que a la deriva de la capital se refiere. Es lógico y normal. Acostumbrados a ciertas comodidades décadas atrás en las que nuestra ciudad era considerablemente más propia para sus habitantes, ahora sucede todo lo contrario.
El comercio desaparece, la estética urbana y los entornos son cada vez más impersonales y no encontramos obstáculos a la hora de reventar las calles para que deambulen hordas de turistas.
A cambio, cierto es también, la podredumbre de décadas pasadas compite con la limpieza y actualización urbanística de las últimas décadas. En el centro antes había más comercios tradicionales. Correcto. Pero es igual de cierto que gran parte del centro hace treinta años se caía a cachos y había zonas intransitables donde la ruina era la tónica habitual.
Es verdad que ahora por Pozos Dulces ves apartamentos turísticos en vez de familias jóvenes disfrutando de la almendra. Pero es que antes lo que había era cochambre y derribos con prostitutas sentadas en sillas en las puertas de las casas en busca de clientela. Evidentemente uno quiere lo mejor y piensa en un centro perfecto habitado por malagueños. Pero si tengo que elegir entre ese centro de cucarachas o el de ahora, es evidente que me quedo con la actualidad.
La cuestión es que, de una manera u otra, es evidente que hay que acometer ciertas medidas para intentar de alguna manera apaciguar a los descontentos locales con el cariz que está cogiendo la ciudad. O no. Porque quizá, regenerando una idea cada vez más expandida, puede que exista una gran masa que, o le da igual todo o vive feliz y contenta con ese modelo de ciudad.
En cualquier caso, hay un ejemplo que sirve a la perfección para medir la situación real de la ciudad y es la construcción, o no, de la torre del puerto.
Cuestión curiosa esta puesto que, más allá de los mil y un debates, criterios y opiniones -manipuladas o no-, se plantea en innumerables ocasiones -incluso por parte de servidores públicos-, la necesidad de celebrar una consulta ciudadana al respecto.
Y a mí, no sé por qué, pero lo de consulta ciudadana me suena a urna-fiambrera y a estafa electoral.
Hay que intentar ser lo más veraz posible a la hora de emitir un juicio o plantear una estrategia o proposición. Pero esa necesidad se multiplica por mil millones si lo haces desde una administración pública y dirigida a los ciudadanos. Básicamente por dos razones fundamentales: debes saber bien de lo que hablas y tienes que asumir la responsabilidad de tus palabras sabiendo que la inmensa mayoría desconoce la trastienda de las cosas.
Pedir una consulta ciudadana para decidir si se construye o no un hotel es casi tan igual de quimera irreal que pedir en el año 2022 que el Perchel no se venda.
Ojo. Que queda precioso. Una cosa no quita la otra. La paz en el mundo, el fin de los conflictos bélicos y que vuelva Michael Jackson. Todo lo que quieras. Pero el sistema establecido indica que, cada equis tiempo, los ciudadanos eligen a las personas que regirán los designios de las ciudades. Durante ese espacio temporal en el que se desarrolla su mandato, los ciudadanos tienen la obligación de controlar, velar y analizar la gestión. Hay caminos legales para trasladar las inquietudes que desee y, al tiempo, refrendar o no en las urnas la gestión del equipo.
¿Aquí se refrenda esa gestión? Sin duda. Con mayor o menor nivel pero con la mayoría suficiente para gobernar Málaga. Por lo tanto se hace cuesta arriba pensar que ese tipo de peticiones peregrinas sean lo suficientemente serias como para tomarlas en consideración.
Pero, además, sucede que resultaría chocante la imagen que una ciudad como Málaga proyectaría si, de repente, cada vez que un grupo de personas así lo considerara, se celebraran consultas populares para decidir ciertos asuntos.
¿De verdad estamos los ciudadanos preparados para asumir esa responsabilidad? ¿Quién elige qué asuntos sí son de consideración para ser votados por los ciudadanos en referéndum popular? Sin ninguna duda se trata de un planteamiento excesivamente primario que, en gran medida, lo único que va a conseguir es confundir a un grupo más o menos relevante de personas que finalmente acabarán frustrados pues el resultado, como en el Perchel, ya sabemos el que va a ser.
Bien distinto será que los gestores que trabajan para la ciudad de Málaga, encargaran -como en muchísimos otros casos sucede en ayuntamientos o gobiernos regionales- un estudio mediante sondeos o encuestas para conocer el grado de aceptación que tendría entre los ciudadanos la construcción del pitraco ese en el puerto, cercenando para siempre la impronta visual del litoral de nuestra ciudad.
¿Se ha hecho? Lo desconozco. Público al menos no es. Y si no es así, los caminos son solamente dos: o no existe o los resultados no conviene enseñarlos porque dejarían en entredicho a quienes defiendan algo que no quieren tus clientes.
Dicho lo cual, desde el otro lado, resultaría más ventajoso incidir en eso. En encargar encuestas a través de agencias y empresas serias para constatar que existe verdaderamente una negativa masiva a dicha construcción. Es un asunto extraordinariamente sensible y siempre será un buen método para, de manera interna, conocer si los malagueños apuestan por el proyecto.
Lo que a todas luces resulta ridículo es usar elementos irreales, de inseguridad jurídica total y que nos dejaría como una ciudad pueblerina el hecho de tener que ir a votar sobre la construcción de un hotel. Mala idea para quien defienda este plan. Primero por lo irreal del asunto, demostrando un desconocimiento importante del sistema. Y en segundo, porque no se ha dado cuenta que no estamos en Marinaleda. Allí, por cierto, sí funcionan estos asuntos. Porque son cuatro.
Viva Málaga.
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