Macarrones y PlayStation: así cazó la policía en Málaga al … – Diario Sur

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La carta tiene fecha del 30 de enero y está escrita a mano. El autor, que no se identifica, asegura representar a un grupo de personas de un barrio de Málaga. «Desde hace más de 30 años hay un vecino que está con niños menores», arranca el documento, que da cuenta del modus operandi del sujeto: «Los capta haciéndoles regalos, invitándolos a su casa con juegos, la PlayStation o drogas».
El anónimo es prolijo en detalles. «Los busca de familias desestructuradas y de centros de acogida. También entran mayores con muy mal aspecto. Pensamos que van a consumir drogas y a veces se equivocan de domicilio», describe la carta, donde el o los vecinos muestran su angustia: «Van pasando los años y nadie denuncia. Estamos asustados por nosotros y por nuestros hijos ante lo que pueda pasar allí».
El autor del manuscrito cuenta que el vecindario intentó «hacer algo» tiempo atrás para acabar con la situación, pero no lo consiguieron. «Cada día va a más y al vivir solo nadie lo controla. Tiene mucho vicio, adicción o enfermedad, es mayor de 70», concluye el documento, que termina pidiendo a la Justicia que investigue el caso.
La carta, enviada a la Comisaría Provincial, llegó a los despachos del Grupo de Menores (Grume) de la Policía Nacional a principios de febrero. Al leerla, lo primero que pensaron los agentes fue que se trataba de la venganza de algún vecino. Pero había que comprobarlo.
El primer paso fue identificar plenamente al sospechoso, un hombre de 72 años, natural y vecino de Málaga, soltero y sin hijos. Un jubilado que, por el rastro de sus redes sociales, en las que era muy activo y tenía miles de seguidores, había actuado como DJ en discotecas. Los policías del Grume no pasaron por alto un detalle. No les llamó la atención que tuviera cuenta en Facebook, pero sí que utilizara Instagram y Tik Tok.
Identificación del sospechoso
Fue el primer paso en la investigación. La policía rastreó sus redes sociales, en las que era muy activo, y tenía miles de seguidores.
Registro de su domicilio
El piso donde acogía a los menores tiene 70 metros y tres dormitorios y estaba bien cuidado. Una gran tele de plasma y una videoconsola presidían el salón.
Chucherías y calzoncillos
En el piso hallaron gominolas, alcohol y macarrones, además de muchas cajas sin estrenar de calzoncillos Calvin Klein.
Identificación del sospechoso
Fue el primer paso en la investigación. La policía rastreó sus redes sociales, en las que era muy activo, y tenía miles de seguidores.
Registro de su domicilio
El piso donde acogía a los menores tiene 70 metros y tres dormitorios y estaba bien cuidado. Una gran tele de plasma y una videoconsola presidían el salón.
Chucherías y calzoncillos
En el piso hallaron gominolas, alcohol y macarrones, además de muchas cajas sin estrenar de calzoncillos Calvin Klein.
Identificación del sospechoso
Fue el primer paso en la investigación. La policía rastreó sus redes sociales, en las que era muy activo, y tenía miles de seguidores.
Registro de su domicilio
El piso donde acogía a los menores tiene 70 metros y tres dormitorios y estaba bien cuidado. Una gran tele de plasma y una videoconsola presidían el salón.
Chucherías y calzoncillos
En el piso hallaron gominolas, alcohol y macarrones, además de muchas cajas sin estrenar de calzoncillos Calvin Klein.
En su ficha policial había una sola reseña. Era del año 1984. Un tema menor por posesión de drogas en la vía pública que los agentes tuvieron que buscar en el archivo de la comisaría ya que el atestado ni siquiera estaba digitalizado. Los viejos legajos, con fotos en blanco y negro de hace casi 40 años, no aportaron ninguna pista.
El cabo del que tirar apareció por casualidad. Los agentes del Grume bucearon en su base de datos y dieron con un menor que, en una de sus fugas del centro en el que estaba internado, proporcionó como teléfono de contacto el del sospechoso. En la denuncia por desaparición presentada cuando ocurrieron los hechos, en 2019, la educadora del centro refirió que cada vez que se escapaba iba a la casa de un hombre. El nombre y la dirección coincidían con la del individuo señalado en el anónimo.
El reto era localizar a ese menor. Tardaron algún tiempo, pero al final lograron dar con él. El adolescente solía ir a la casa del sospechoso porque lo cuidaba, le daba regalos, comida… No sólo él, sino otros muchos niños, según dijo. Y algunos de ellos le contaron que habían mantenido relaciones sexuales con el investigado.
El menor creía que el hombre había intentado adoptarlo, como al parecer le prometió. Los agentes comprobaron que no era cierto: no había ningún trámite iniciado para obtener la custodia del menor, que no tiene padres. El crío estuvo yendo un par de meses por la casa hasta que, según dijo, el hombre intentó algo con él. Tras rechazarlo, se marchó y no volvió.
Los investigadores del Grume vieron que había caso. Las manifestaciones del menor iban en la misma línea del anónimo, por lo que informaron al titular del Juzgado de Instrucción número 11, que estaba de guardia ese día. El magistrado abrió inmediatamente unas diligencias y las declaró secretas.
El adolescente les había dado, sin saberlo, el siguiente paso de la investigación. Les contó que iba a un gimnasio de la zona Oeste de Málaga y que el sospechoso le pagó varias cuotas. Los policías fueron hasta allí y pidieron su ficha. Cuando dieron el nombre del individuo, uno de los empleados respondió espontáneamente: «Este es el hombre ese que viene con tantos niños y que dice que son familia suya».
Al comprobar el historial del hombre en el gimnasio, descubrieron que había siete menores y un joven mayor de edad dados de alta a su nombre y a los que él les pagaba las cuotas. A medida que indagaban a su alrededor se confirmaba una realidad tremendamente reveladora: su círculo social se limitaba a los chavales.
Las tronchas (vigilancias en el argot policial) confirmaron el trasiego de menores en el piso del sospechoso. Y algo aún más sorprendente: había un niño que prácticamente vivía con él. Abandonaba el piso para ir a clase y, al salir, volvía a la vivienda. A su madre le dijo que se quedaba allí a dormir para cuidar de él porque era un señor mayor. En el instituto, para que no hicieran muchas preguntas, contó que era su abuelo.
Las vigilancias permitieron a los policías identificar a algunos de los menores que frecuentaban la vivienda. La estrategia que usaron fue acercarse a los chavales que se iban distanciando del sospechoso para evitar que alguno de ellos le contara que estaba siendo investigado y pudiera deshacerse de pruebas.
Los testimonios fueron perfilando lo que sucedía entre aquellas paredes. Los menores -el atestado contiene 25 declaraciones- contaron que les regalaba ropa, zapatillas deportivas, teléfonos móviles, las cuotas del gimnasio o incluso un tatuaje de 120 euros. En el piso había tele por cable para ver series o fútbol. Pero también alcohol, tabaco, chucherías y hasta gas de la risa.
Los agentes pudieron identificar a una veintena de víctimas de 12 a 17 años, según fuentes de la investigación. Varios admitieron haber sufrido tocamientos -o señalaron a otro amigo que los había padecido- y uno de ellos refirió una relación completa. Este menor, además, tiene una discapacidad intelectual. Otros lo rechazaron: hubo quien afirmó haberle dado un guantazo porque se sobrepasó.
Con esos mimbres, los policías acudieron a detener al sospechoso y solicitaron una orden de registro de su vivienda. El hombre se mostró muy nervioso, según las fuentes consultadas. Finalmente, cuando su abogado particular acudió a comisaría, se acogió a su derecho a no declarar.
Pero la vivienda y, sobre todo, su teléfono móvil hablaron por él. El piso tiene 70 metros y tres dormitorios, bien cuidado, con tele de plasma y videoconsola. Una alacena de la cocina estaba repleta de macarrones, lo que llamó la atención de los agentes. Luego entenderían por qué. También hallaron muchas cajas sin estrenar de calzoncillos Calvin Klein y botellas de alcohol -la mayoría de vodka- escondidas hasta en el armario o en el canapé.
Los agentes intervinieron un ordenador portátil en su habitación, así como un disco duro y 11 lápices de memoria. También su móvil, un iPhone que había adquirido el pasado enero. En el teléfono fue donde encontraron las imágenes y las conversaciones de WhatsApp que más lo comprometían. El volcado de toda esa información ocupa más de 70.000 páginas en PDF que han sido remitidas al juzgado como una ampliación del atestado.
Aunque el móvil lo había comprado recientemente, en la galería había imágenes desde 2016 en adelante, procedentes probablemente de una copia de seguridad. Ahí hallaron numerosas fotos de menores mostrando su pene. Las conversaciones de WhatsApp y los testimonios de las víctimas han revelado que el sospechoso habría llegado a pagarles 50 euros por enviarle una foto de su miembro. También, según las fuentes, encontraron vídeos donde se le veía manteniendo relaciones con jóvenes, aunque en esos casos no se ha podido comprobar si eran o no menores de edad.
La investigación, no obstante, es una foto fija del presente y de los últimos años de actividad del individuo, ya que se ha podido identificar a los menores que han frecuentado la casa en los últimos tiempos y también a algunos de los que aparecen en las imágenes intervenidas. Sin embargo, el número de víctimas podría ser mucho mayor, ya que la policía está convencida de que llevaría tres décadas actuando.
Al analizar los chats que mantenía con los menores, los agentes entendieron por qué la alacena estaba llena de paquetes de macarrones: era la comida preferida de los chavales. Los investigadores encontraron varias conversaciones donde los invitaba a ir a casa o simplemente ellos le anunciaban que iban a pasarse por allí. Todas terminaban con un «ponme macarrones».

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