Son jóvenes, con estudios superiores y quieren abrirse paso en el mundo de la banca de inversión. Ambiciosos, aspiran al éxito, pero no a toda costa. Tienen tantas ganas de trabajar como de pasear en bici junto a la playa, jugar al fútbol o viajar. “Ese equilibrio es el que me impulsó a venir aquí”, reconoce el francomexicano Emilio Tailleferd, de 23 años. Desde su ventana se ve la calle Larios, repleta de turistas que caminan en chanclas y manga corta bajo el sol de noviembre. Es el corazón comercial de Málaga, donde Citi ha instalado su oficina más especial. Aquí desarrolla un programa piloto que busca atraer talento con dos argumentos principales: condiciones laborales flexibles y calidad de vida para el tiempo libre. Es lo que ahora disfrutan 27 veinteañeros que, como Tailleferd, emprendieron su nueva andadura profesional en ciudad andaluza a finales de agosto.
La llegada de Citi a Málaga no es casualidad. Es parte de la solución a un problema que la compañía detectó en el sector antes de la llegada de la pandemia y se aceleró tras ella: la fuga de trabajadores. Sus empleados juniors —como los de otros bancos— aguantaban apenas dos o tres años debido al estrés. Tras acumular experiencia, muchos lo dejaban para trabajar en otros sectores o incluso volver a estudiar. “Entran al despacho y te dicen: me gusta lo que hago pero también quiero ver a mi pareja, a mis padres, salir… Buscan una vida más compensada”, explica María Díaz del Río, jefa de Operaciones de Banking, Capital Markets & Advisory de Citi en Europa, Oriente Medio y África de CitiGroup. Tras 29 años de vida en Londres y con su propia experiencia personal —con etapas en las que apenas podía echar una cabezada rápida— les entiende. “Entonces ideamos un modelo diferente para que las nuevas generaciones no se nos quemen y podamos retener el talento”, expone. Basta recordar denuncias como las de los analistas de Goldman Sachs, que solicitaron trabajar 80 horas semanales en vez de 95.
El banco busca un nuevo modelo, con horarios más controlados y días de vacaciones cuando los empleados trabajan a destajo. En una profesión dinámica con clientes en todo el mundo, parar a una hora determinada no es siempre posible. Recuperar ese tiempo con días de descanso, sí. A cambio de esta flexibilidad, la empresa ofrece un sueldo más reducido. Ahí Málaga entra en la ecuación. Es mucho más barata que Londres —donde Citi tiene su cuartel general europeo— y ofrece enormes posibilidades para disfrutarla en el tiempo libre. Cuando la entidad hizo público el plan, la respuesta fue inmediata: más de 3.700 personas se postularon para los 27 puestos que ofertaba.
Emilio Tailleferd consiguió una de las plazas. “La curva de aprendizaje está siendo brutal en estas semanas”, destaca contento, porque también tiene tiempo para jugar al fútbol o tocar el piano, su otra gran pasión. A su lado, con traje de chaqueta y camisa blanca, el napolitano Matteo Mocerino, de 23 años, lo confirma. “El programa nos da la oportunidad de conocer el trabajo en banca de inversión mientras también podemos disfrutar de la ciudad. Es una opción para entender mejor la pasión en este sector y qué tipo de sacrificios puedes hacer en el futuro”, subraya quien vive aquí su primera experiencia profesional. “Podemos disfrutar tanto de la playa como de la montaña, es increíble”, añade el colombiano Camilo Gómez, de 26 años, otro de los nuevos miembros de esta oficina que disfruta con sus paseos en bici semanales por los montes malagueños. “Y la ubicación es perfecta”, apunta la brasileña Isadora Sunderhus, de 23 años, que en el último mes ha visitado a su hermano en Praga y sus amigas de Máster en París. “Creo que la mayoría de los jóvenes preferimos dar a la vida personal al menos tanta prioridad como a la profesional”, asegura.
Con empleados de 22 nacionalidades, en la delegación se hablan 15 idiomas. Apenas se escuchan porque los jóvenes permanecen concentrados en sus pantallas haciendo cálculos. Son analistas de banca de inversión: estudian, valoran y asesoran a empresas en el momento más importante de sus vidas corporativas, como salidas a bolsa u operaciones de compraventa. Forman parte de equipos dirigidos desde Londres y con miembros en ciudades como Madrid, Londres o Fráncfort. “Es un trabajo con estrés, presión y que requiere muchas horas”, sostiene Carmen Barrionuevo, la única malagueña de las nuevas instalaciones de Citi. “Y eso es justo lo que se está intentando combatir aquí: cuando excedes los horarios luego te dan descanso. Y eso está muy bien”, celebra quien ha ejercido de guía turística para sus compañeros —en restaurantes como El Pimpi o escapadas a rincones como Tarifa— y asesora de vivienda, ya que casi ninguno conocía la zona. Ahora residen todos a menos de 15 minutos a pie.
Con el apoyo de Marcus Saxby, director de división de banca de inversión de Citi en España, la oficina está dirigida por Indraneel Das-Chowdhury, londinense con diez años de carrera profesional en la compañía. “El primer día dije a los nuevos empleados: sois jóvenes y tenéis la tremenda oportunidad de vivir en Málaga sin sacrificar vuestra carrera”, revela el responsable, también residente ya de la ciudad. En la imagen de su perfil de Linkedin posa en la calle Larios. “Estamos seguros de que es la mejor ubicación. Hemos demostrado que es un lugar capaz de atraer talento desde todo el mundo”, insiste Das-Chowdhury.
Eso que hoy parece una obviedad no lo era hasta que la localidad andaluza comenzó a despuntar como destino de las grandes empresas tecnológicas. La primera pica la puso Google en 2012 al adquirir VirusTotal. El gigante norteamericano duplicó luego su apuesta al anunciar la apertura de su Centro de Ingeniería de la Seguridad en Málaga en 2023. Mientras, Ernst & Young, CapGemini, Glovant, NTT Data, Dekra o Vodafone decidieron también ir a la capital. Las tecnológicas fueron las pioneras y la banca de inversión ha seguido su estela. Primero con Citi y después con Banco Santander, que anunció su llegada a corto plazo. El efecto llamada ha sido clave.
Así, Málaga sea la provincia que más población ganó en 2020 y 2021 en toda España gracias a la llegada de nómadas digitales. Se prevé que siga creciendo durante la próxima década —una publicación de Sur cifra en 3.500 las vacantes en el sector tecnológico en Málaga a corto plazo—; de ahí que la oficina del inversor municipal amplíe su radio de acción. “Trabajamos no solo en atraer talento, también conseguir los servicios necesarios para que la zona no muera del éxito”, señala Isabel Pascual, que participaba hace unas semanas en una feria inmobiliaria para promover que las promotoras se interesen por construir en un lugar hambriento de grandes compañías.
Para conseguirlo, Málaga se enfrenta a un doble reto. A un lado, la carencia de suelo para oficinas. Hacen falta 100.000 metros cuadrados en los próximos tres años para responder a la alta demanda, pero solo hay previstos un tercio, según el estudio realizado por la consultora Savills. Al otro, por el incremento del precio de la vivienda. Primero por su escasez y, después, porque los principales nuevos desarrollos inmobiliarios van ligados al lujo ante el alto poder adquisitivo de los nuevos residentes, internacionales y muy ligados al sector tecnológico y el teletrabajo. Uno de los ejemplos son las 2.900 casas previstas en la barriada de Churriana alrededor de un campo de Golf. Y otro son los rascacielos. En las torres de 30 plantas que se construyen en la zona de Martiricos, por ejemplo, el piso más barato es de 374.000 euros y tiene 83 metros cuadrados. En las Picasso Towers de la zona oeste, el precio medio de la vivienda ronda el millón de euros y la de menor precio tiene 56 metros y cuesta 450.000 euros.
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