El monólogo que acompaña a la banda sonora continua con tal brillantez errante-prometiendo y engañosa que, por desgracia, desaparece cuando se trata de anular el papel-viajero que es tan natural y constante como la respiración, pero, justo en Dublin, el habla se vuelve deliberada, consciente e inevitablemente pomposo. La ciudad está tan sobrecargado que a veces la literatura, que llega con sus lecturas de la palabra impresa a la vista la realidad.
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