Fui a Málaga para hablar de la belleza y enigma de La Buenaventura, una pintura de Julio Romero de Torres, y hubo belleza en los días que allí pasé, y hubo también enigma, en concreto cuando delante del hotel Miramar me crucé con un monstruo, diría que del estilo del jorobado Quasimodo. Lo diría de no ser porque Victor Hugo, en Notre–Dame de Paris, consideró tarea imposible componer el retrato de ese personaje. Es más, se confesó vencido de antemano en lo que quizás fue una treta para no sentirse responsable de la descripción en seis líneas de la cara de Quasimodo: “Nariz piramidal, boca en herradura, ojito izquierdo tapado por una ceja rojiza (…), y sobre todo la expresion que se extendía por todo su rostro con una mezcla de malicia, sorpresa y tristeza. Imaginad, si sois capaces, semejante conjunto”.
Sobresalían también de “semejante conjunto” un ojo derecho tras una enorme verruga, dientes desordenados, y un mentón partido. Un contrahecho al que Hugo llamó Quasimodo, nombre proveniente del latín: quasi modo (casi como), dado que en lo alto de Notre-Dame era considerado un casi hombre, alguien próximo a los demás y, al mismo tiempo, muy diferente. Durante largo tiempo, hubo dudas sobre si había existido realmente “el jorobado de Notre-Dame”, pero investigaciones recientes en un archivo de la Tate Gallery de Londres han revelado que sí existió, fue un tallador en piedra que trabajaba en las obras de restauración de Notre-Dame. Por los estrechos vínculos de Hugo con esas obras, es muy probable que se inspirara en él para la construcción de la figura del desdichado monstruo.
Victor Hugo propuso que, de sentirnos capaces, tratáramos de imaginar o de completar su descripción de Quasimodo. Y ahora Jean Frémon (París, 77 años) nos pregunta en El espejo mágico (Elba) si alguna vez hubo descripción tan eficaz como la que en seis líneas hizo Hugo, pues bastaron solo estas para que cada uno de los que tuvieron que encarnar el personaje en el cine se le pareciese. Y nombra a Lon Chaney (“el hombre de las mil caras”), Charles Laughton (que decía de su propio rostro que se parecía al culo de un elefante), Anthony Quinn (el primer Quasimodo con trasfondo social y político) y Anthony Hopkins (de proverbial facilidad para papeles de miserables monstruos, Hannibal Lecter y Adolf Hitler, entre ellos).
El monstruo que vi en Málaga tenía cabeza humana y un cuerpo informático. Tal vez el casi hombre del futuro anda ya por aquí, pensé entre el terror y el humor. Y luego traté de olvidarlo. Pero no me fue posible. La cabeza era mezcla de muchos Quasimodos, y describir su tecnológico cuerpo tarea imposible. Mejor será, pensé, que sea el lector quien imagine a ese monstruo que tiene cuerda para rato en tantos días y libros que quedan por venir. Lo único que me pregunto es quién será el primero en encarnarlo en el cine o, mejor dicho, en las calles del futuro.
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