Cómo se movilizaron por Whatsapp sanitarios de Burgos, Madrid y Málaga para salvar la vida de un niño de dos años – EL PAÍS

Si no fuera por los grupos de Whatsapp de los sanitarios, si no fuera por su altruismo fuera de toda duda, el pequeño Pablo, de dos años, no estaría vivo. Acostumbrados a saltarse la burocracia cuando la urgencia lo exige y a trabajar las horas que haga falta si hay vidas de por medio, profesionales de tres centros sanitarios situados en tres comunidades distintas (Castilla y León, Madrid y Andalucía) ofrecieron la semana pasada un ejemplo de colaboración improvisada que acabó en éxito. Hicieron falta tres hospitales, decenas de especialistas y un cúmulo de circunstancias favorables difícil de repetir. Fueron más allá de sus responsabilidades. Como los del equipo del Hospital Materno Infantil de Málaga, que recorrieron 1.600 kilómetros en menos de 24 horas hasta el Hospital Universitario de Burgos para realizar una cirugía y un traslado que ha permitido dar una nueva oportunidad al niño. Los doctores incluso pagaron de su bolsillo los gastos del viaje —con la promesa de su abono posterior— para agilizar un difícil operativo exprés donde la tensión, la incertidumbre y las horas sin dormir, dicen, les han valido la pena.
Pablo sufre un problema respiratorio que llevó su salud al límite. Los profesionales del centro hospitalario burgalés le trataron de todas las maneras posibles, pero no respondía. “La única salida era un ECMO”, asegura Fernando Gómez, pediatra del Hospital de Burgos. Las mayúsculas corresponden a las siglas en inglés de una técnica que se traduce como oxigenación por membrana extracorpórea y que consiste en que un aparato se convierte en el pulmón y el corazón artificial del paciente, con una bomba que extrae sangre y la pasa por un oxigenador. La tecnología permite así un pequeño descanso de los órganos, a los que facilita su recuperación, como ocurrió cientos de veces en lo peor de la pandemia y necesitaba Pablo. El problema es que solo hay 15 hospitales del país con este equipo y el de Burgos no está entre ellos. La única solución era, entonces, trasladar al pequeño a uno que sí lo tuviera.
Existía, sin embargo, un segundo obstáculo. La grave situación del pequeño hacía imposible su desplazamiento en ambulancia. No sobreviviría. La única fórmula posible tenía que ser la contraria: enviar hasta Burgos tanto el material como los especialistas y, una vez estabilizado, trasladarlo. La logística era compleja. Las oportunidades, pocas. Ese proceso solo lo hacen tres hospitales en España: el Vall d’Hebron de Barcelona, el Regional de Málaga —que incluye al Materno— y el 12 de Octubre de Madrid. “Era una situación límite”, sentencia Gómez. La solución comenzó a urdirse en la madrugada del lunes al martes. “Me contactaron y me pidieron que nos desplazásemos hasta allí con nuestro equipo porque somos el equipo más cercano”, relata la pediatra Sylvia Belda, que entonces estaba acabando una guardia de 24 horas seguidas en la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos (UCIP) del centro madrileño. A sus 48 años es también la coordinadora del programa de transporte de ECMO.
Pasadas las siete de la mañana, Belda daba los primeros pasos. Tiene experiencia —el 12 de Octubre ha prestado en unas 40 ocasiones este servicio a otros centros sanitarios desde que comenzó en 2012— y puso en preaviso a los profesionales de los otros dos hospitales gracias al chat de WhatsApp informal que comparten. Lo hizo por si acaso, pero la prioridad era Madrid. Las malas noticias, sin embargo, llegaron rápido. Su equipo de cirujanos no podía acudir a la llamada, porque tenía la agenda completa y aunque tiró de contactos en otros hospitales madrileños, el Gregorio Marañón y La Paz, las posibilidades se agotaron. Su segunda opción fue avisar a Barcelona, donde los especialistas tampoco tenían disponibilidad para dejar todo lo que tenían entre manos y viajar a Burgos ese mismo día. “Cuando nos dijeron que no podían fue un mazazo horrible”, relata Cristina Ducar, la madre del pequeño, que empezaba a perder la esperanza. La última opción era Málaga. Hubo suerte. Y mucha voluntad. “Cuando hay un niño que se está muriendo… al final la gente se apaña para poder acudir”, destaca la doctora. Los padres del pequeño solo pensaban en una cosa: “Si hay unos médicos que se trasladan desde Málaga para tratar a Pablo, es porque creen que puede salir para adelante”.
“En vaya follón nos vamos a meter, pero hay que ir como sea”, pensó el pediatra intensivista malagueño Antonio Morales, de 42 años, cuando Belda recurrió a él sobre las siete de la tarde del mismo martes. Estaba llegando a Málaga tras impartir una formación en Murcia. “Era un reto enorme y complejo”, recuerda. Desde el mismo coche habló con el responsable de las Urgencias pediátricas del hospital Materno Infantil de Málaga, José Camacho. Y este, a su vez, con la gerencia del centro y el Servicio Andaluz de Salud. “Nos dieron luz verde con extrema rapidez”, señala Camacho. Reunieron entonces el equipo de cinco personas necesarias, todas voluntarias, en cinco minutos. Tras analizar diversas fórmulas para llegar a Burgos, sobre las diez de la noche, Morales compró los billetes para viajar a Madrid en el primer vuelo de la mañana siguiente. Preocupado por no dejar cabos sueltos, se sentó ante el ordenador para preparar un documento escrito y otro en Excel. No quería que se le escapara ni un detalle del procedimiento y los materiales necesarios durante las próximas horas. Apenas pudo dormir.
“Íbamos con las mochilas vacías porque allí tendríamos disponible todo el material”, explica Marina Sánchez, de 28 años, una de las enfermeras del equipo malagueño. Mientras ella volaba junto a sus compañeros hacia el aeropuerto de Barajas, una ambulancia de Castilla y León había hecho el trayecto hasta el hospital 12 de Octubre, en Madrid, porque en la intervención se iba a utilizar su equipo ECMO. Tras recoger el material y a la doctora Belda, la ambulancia hizo lo propio con los sanitarios andaluces a las 9.45 del miércoles. “Ojalá aguante”, decía el mensaje que se repetía una y otra vez en el chat de WhatsApp de los profesionales durante el desplazamiento, en el que también se iba informando del estado del paciente y la ubicación de la ambulancia. Tres horas después, estaban en faena en el Hospital Universitario de Burgos. La intervención duró 32 minutos. “Es un procedimiento habitual, pero crítico por las circunstancias del paciente, que no permiten ni el más mínimo error”, relata el cirujano cardíaco Francisco Vera, de 37 años. Cuanto más pequeño el paciente, más complejidad.
Tras comprobar que todo iba bien con analíticas y radiografías, tanto el equipo como el menor se subían a otra ambulancia hacia Madrid con escolta de dos patrullas de la Guardia Civil. Viajaban una delante y otra detrás del vehículo de emergencias para facilitar una velocidad constante de unos 90 kilómetros por hora y evitar cualquier movimiento brusco que afectase al aparataje. A las 19.05 horas el paciente era instalado en una habitación del Hospital 12 de Octubre. Los sanitarios malagueños habían perdido su vuelo de vuelta. Agotados, solicitaron un taxi y se pusieron en marcha a su tierra. Siete horas más de carretera. Llegaron a la Costa del Sol a las 2.40 de la madrugada del jueves. La factura del trayecto la pagó el cirujano. “Estábamos hechos polvo”, asegura.
El cansancio no le impidió, como a Morales, incorporarse cinco horas después a sus puestos en el Materno Infantil de Málaga. “Estamos acostumbradas a estos ritmos”, afirmaba el viernes, frente a las Urgencias de Pediatría del centro malagueño, la enfermera Montserrat Bermúdez, de 48 años y parte del grupo que realizó el viaje exprés a Burgos. Mientras el equipo posaba para la foto, celebraban el éxito de la operación y mantenían sus fuerzas intactas a pesar de las pocas horas dormidas y las guardias acumuladas. “Todos tendríamos motivos personales o profesionales más que suficientes para no ir a este tipo de emergencias, pero cuando llegan ni te lo piensas. Si dices que no, luego te arrepientes”, subraya Mari Luz Recio, de 52 años y enfermera perfusionista (encargada de efectuar la circulación extracorpórea en las cirugías cardíacas). “Nosotros tenemos la mitad del mérito, pero la otra mitad es de quienes cubren nuestros turnos y guardias en este hospital, no podemos irnos y dejar desatendidas nuestras responsabilidades”, subraya.
Los protagonistas de este operativo relámpago coordinado entre tres hospitales señalan que hacerlo en tan poco tiempo solo es posible gracias a la predisposición de los sanitarios y los lazos personales que les unen. Quienes participan en equipos ECMO se conocen y se escriben con regularidad. Si Fernando Gómez no conociese a Silvia Belda o supiese de la posibilidad del traslado del equipo ECMO —en muchos centros desconocen esa opción— Pablo no hubiese tenido una segunda oportunidad. La logística para atender al pequeño en poco más de 24 horas se levantó de manera informal, por eso todos echan en falta un protocolo nacional para que los pacientes de toda España dispongan de los mismos medios. “Esto funciona de manera altruista y merece la pena que exista algún tipo de centralización para que todos los niños tengan el mismo derecho vivan donde vivan”, afirma Antonio Morales. Destacan que no hace falta uno por provincia, pero sí una buena organización.
Sylvia Belda subraya que ya ha tenido dos reuniones y tiene agendada la tercera con el Ministerio de Sanidad para impulsar un sistema que funcione de manera similar al de la Organización Nacional de Trasplantes. También le da forma en Madrid con la Consejería de Sanidad. “Esto debe ser una realidad nacional y no depender de que un grupo de personas puedan coger un teléfono”, destaca la especialista, feliz de que Pablo se encuentre hoy estable, aunque crítico, en el hospital. Está grave, pero vivo. Y su madre vive el ahora, minuto a minuto, sin querer mirar más allá. “Ojalá un caso como este sirva para que pongan en marcha un protocolo y que otros niños que lo necesiten tengan otra oportunidad como la de Pablo”, señala, deseosa de ver salir a su hijo de esa “UCI horrorosa”.
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